(Escrita un Junio de hace unos cuantos años)
Uno se acostumbra a vivir con la ventana bajada, a mirar por detrás de ella levantándola un poco por su extremo; uno se acostumbra a vivir viendo sólo ese pequeño resquicio del mundo que parece que hay fuera; uno se refugia en la seguridad que le da el miedo
.
Uno se acostumbra a vivir con la ventana bajada, a mirar por detrás de ella levantándola un poco por su extremo; uno se acostumbra a vivir viendo sólo ese pequeño resquicio del mundo que parece que hay fuera; uno se refugia en la seguridad que le da el miedo
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- Despierta, que tengo que ir a clase. No sé por
qué me quedé a dormir anoche.
-
Cerré la puerta y escondí la llave, te tengo
secuestrada.
- ¿Esconderla? Las llaves está en la cajita esa
donde tienes el mechero.
- No, qué va, la metí en tu bolso.
Los minutos son un suspiro y, con ellos, las horas pasan
volando; los días siempre parecen los del invierno Ártico y la luz escasea en
ese rincón donde te escondes.
- Me
apetece otra cerveza
- A
mi me apetece amanecer contigo
- ¡Si
son las 5 de la tarde, anda que no queda para que amanezca!
- Por eso mismo me apetece.
Quizás esa calle tenga otro aspecto de día; pero, por la
noche, no dan ganas de sentarse en sus bancos. Hace frío y no voy abrigado, quizás
sea buena idea volver a casa.
- Hoy no puedo salir, ya he quedado por otro lado.
- Pues no sé, pensaba que quedábamos el fin de semana.
- No recuerdo haber dicho nada.
- Ya, la sorpresa que te iba a dar la he sólo la había pensado
yo.
50 minutos de reloj corriendo; 35 grados a la sombra; 180
pulsaciones por minuto.
- Hace dos semanas que no hablamos.
- Pensaba que era menos.
- Ya, bueno, te intenté llamar, pero no
respondiste.
- Estaría haciedo otra cosa.
Todo tiene su principio y todo tiene su fin, pero lo
importante es que haya pasado. Lo que no se vive, no nos alimenta.
Siempre hay Sol al otro lado. |